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domingo, 12 de marzo de 2017

Glotopolítica: delimitación del campo y discusiones actuales con particular referencia a Sudamérica

En Lenka Zajícová y Radim Zámec (eds.): Lengua y política en América Latina: Perspectivas actuales; Actas del II Coloquio Internacional de Estudios  Latinoamericanos de Olomouc (CIELO2). Olomouc: Univerzita Palackého  v Olomouci, 2014.


GLOTOPOLÍTICA: DELIMITACIÓN DEL CAMPO Y DISCUSIONES ACTUALES CON PARTICULAR REFERENCIA A SUDAMÉRICA


Elvira Narvaja de Arnoux


Glottopolitics studies language interventions in the public arena and the linguistic ideologies associated to them, considering the social reasons that motivate them and their scope. It is an academic field that has examined diverse materials as well as studying the way in which speakers manage linguistic differences and take up stances regarding them. This paper analyzes the development of glottopolitics, illustrating it with situations in South America generated by the process of globalization. The last part reflects on proposed and desirable linguistic policies with relation to regional integration, particularly with the Mercosur.

KEY WORDS: Glottopolitics – linguistic planning – linguistic policies – glottopolitical scenarios – South American regional integration

La Glotopolítica estudia las intervenciones en el espacio público del lenguaje y las ideologías lingüísticas con ellas asociadas, considerando las razones sociales que las motivan y el alcance que tienen. En su desarrollo este campo académico ha ido abordando materiales diversos y atendiendo, también, a cómo los hablantes gestionan las diferencias lingüísticas   y se posicionan respecto de ellas. El artículo analiza este recorrido ilustrando con situaciones sudamericanas generadas por el proceso de globalización. En la última parte reflexiona sobre las políticas lingüísticas, propuestas y deseables, en relación con la integración regional y, particularmente, con el Mercosur.

PALABRAS CLAVES: Glotopolítica – planeamiento lingüístico – políticas lingüísticas – escenas glotopolíticas – Integración regional sudamericana

     La implementación de las políticas lingüísticas necesarias para acompañar los cambios generados por el proceso de globalización, el desarrollo de formas variadas de gestionar las diferencias sociales y culturales en el campo del lenguaje y el impacto de las nuevas tecnologías han estimulado en el ámbito académico desde hace varias décadas el estudio del papel del lenguaje en la conformación, reproducción o transformación de los entramados sociales y las identidades colectivas.  Esto llevó a interrogar materiales y situaciones diversas y a indagar tanto en fenómenos actuales como en procesos anteriores, particularmente los ligados a la constitución de los Estados nacionales, que permiten reconocer continuidades y diferencias con esta etapa de la economía-mundo. Se ha ido consolidando así un espacio heterogéneo en cuanto a los objetos que se abordan, los instrumentos a los que se apela y la tradición dentro de la sociología del lenguaje en que se inscriben, pero cuyo interés reside en  reconocer en intervenciones de diverso alcance, generadas por colectivos o por individuos, y en determinadas interacciones verbales, las ideologías lingüísticas que se activan  y los modos como remiten, en diversos grados de explicitación, a conflictos, estrategias de poder o cambios en las relaciones sociales, e intentan desde el lenguaje incidir sobre ellos.
     El campo académico que se designa como Glotopolítica se centró inicialmente (y esta sigue siendo una zona importante de estudio y asesoramiento)  en los temas del planeamiento lingüístico, marco en el cual ha elaborado categorías teóricas, clasificado situaciones y lenguas y reflexionado sobre su propia práctica desde los problemas a los que atiende. Aunque no es lo mismo la situación de Quebec, del Perú, del África negra o de Israel el interés por intervenir en el campo del lenguaje facilita un diálogo que lleva a afinar los instrumentos teóricos gracias, entre otros,  al contraste de los casos. El abordar además de las intervenciones sobre lenguas y variedades aquellas que tienen que ver con registros, estilos y géneros amplió notablemente el campo e impuso la necesidad de trabajar con materiales variados más allá de las legislaciones o de los instrumentos lingüísticos consagrados (ortografías, gramáticas y diccionarios). Asimismo, la perspectiva discursiva se aplicó no solo a textos “monologales” y en general escritos sino también  a las interacciones orales en las cuales los sujetos negocian sus diferencias lingüísticas apropiándose de la lengua del otro, afirmando la propia, apelando a otros sistemas semióticos y generando hibridaciones de diverso tipo que exponen las representaciones y valoraciones de los recursos disponibles. Algunas de esas interacciones son consideradas escenas glotopolíticas o porque interrogan los saberes existentes y muestran conflictos o cambios significativos, o porque resultan ejemplares por su tipicidad. En este artículo desarrollaré estos recorridos ilustrando con situaciones sudamericanas. En la parte final me referiré a la problemática de la integración regional y a algunas intervenciones en el espacio del lenguaje que ese proceso desencadena.

Planeamiento lingüístico

     El campo de las políticas lingüísticas ha estado relacionado tradicionalmente, como señalamos,  con el planeamiento del lenguaje, de allí que se lo haya definido  como el estudio de las acciones sobre la lengua (el corpus) –fijación de una escritura, elaboración de glosarios, control de los préstamos, estandarización, unificación a partir de diversos instrumentos lingüísticos de un área idiomática- y de las acciones sobre las lenguas (el estatus): promover una lengua dominada a la posición de lengua nacional o global, oficializar una lengua minoritaria, despojar a una lengua del estatus del que gozaba, determinar espacios de co-lingüismo (Balibar, 1993). Esta perspectiva –vinculada fundamentalmente con la propuesta de Kloss (1969)- ha llevado a privilegiar el saber lingüístico del experto, que responde a demandas o requerimientos sociales, cuyas propuestas actúan tanto sobre el “corpus” como sobre el “estatus” desplegando dispositivos normativos o “normalizando” los usos.  Como para llevar a cabo estas tareas se necesita la intervención de entidades o instituciones con cierta capacidad de ejecución, Christiane Loubier (2008) habla de “regulación sociolingüística oficial” refiriéndose así a prácticas voluntarias, y a menudo concertadas, de intervención sociolingüística (políticas lingüísticas de Estados, de organizaciones, leyes o decretos lingüísticos, programas de ordenamiento terminológico, normativo, etc.) que tienen por objetivo controlar u orientar la evolución de una situación dada. Este espacio constituiría el ámbito específico de la política si consideramos la diferencia que establece Chantal Mouffe (2007) entre lo político y la política. En lo primero, según la autora,  domina el antagonismo, el conflicto mientras que  la política sería el conjunto de prácticas e instituciones a través de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el contexto de la conflictividad derivada de lo político. Podemos considerar, esquemática e idealmente,  que el planeamiento es la ejecución de una política lingüística dominante que parte de un diagnóstico sociolingüístico inicial y busca transitar hacia otra situación sociolingüística, más satisfactoria que la anterior. En ese camino las medidas, expuestas en legislaciones de distinto nivel, se han tomado en relación, sobre todo, con el sistema educativo, el aparato administrativo  y los medios.
     El planeamiento del lenguaje tiene una expansión en la actualidad ligada a los nuevos escenarios, particularmente la multiplicación de organismos multinacionales, el desarrollo de las integraciones regionales, la visibilidad de las minorías lingüísticas, el papel económico de las áreas idiomáticas, las tecnologías globales o las importantes migraciones que se asientan sobre todo en las grandes ciudades. Notablemente, su propia historia está ligada al proceso  de globalización –expresión de una nueva etapa en la conformación de una economía mundo- que se inicia con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial y que tiene una primera manifestación en la división en áreas de influencia, norteamericana y soviética, en las cuales el tema de una lengua mundial, que se expandiera previamente en sus propios espacios, era central. El propósito de imponer la lengua propia dio lugar a acciones sistemáticas respecto tanto del inglés como del ruso, que adoptaron distintas modalidades: desde la difusión de una variedad minorizada (el inglés básico) hasta los abundantes préstamos a otras lenguas sostenidos en una declarada superioridad cultural, científica o tecnológica de una u otra lengua. A ello se agregaron los procesos de descolonización en Asia y Africa, que volvieron a plantear el tema de las lenguas nacionales y el problema de la oficialidad en países multiétnicos y con lenguas heredadas de la empresa imperial.  Por otra parte, se desplegaron emprendimientos poscoloniales, la Francofonía y el Commonwealth, en los que lo lingüístico y cultural se entrelaza con lo económico y lo político a pesar de que la focalización inicial en lo primero o lo segundo los diferencie (Baneth-Nouailhetas, 2010). A su vez, los procesos de integración regional, que tienen una fuerte base territorial, se interrogaron sobre las políticas lingüísticas más adecuadas para afirmarlos al mismo tiempo que hicieron visibles las minorías lingüísticas, en la medida en que se atenuaban las fronteras nacionales de sus miembros y se exponía la heterogeneidad constitutiva de los Estados  y sus recortes étnicamente arbitrarios (la Carta Europea de Lenguas Minoritarias o Regionales, de 1992, consagra esa visibilidad). Cuando aquellas minorías se asentaban en una sociedad con un desarrollo económico apreciable (Cataluña) o con transformaciones sociales importantes (Quebec) pudieron elaborar y llevar a la práctica políticas lingüísticas de normalización u ordenamiento lingüístico ampliando el abanico de usos. Asimismo, los posicionamientos nacionales o regionales revitalizaron las políticas de otras áreas idiomáticas como la Lusofonía, encabezada en la actualidad por Brasil, que despliega una actividad importante en América Latina y Africa, y el Panhispanismo, que resulta del nuevo impulso dado a España a partir de su integración a la Unión Europea. Ambos diseñan y desarrollan políticas lingüísticas de área actuando sobre los instrumentos lingüísticos, la política editorial y los medios en función de los requerimientos propios de los nuevos mercados globales.
     Todos esos emprendimientos no son ajenos a las luchas políticas y ponen en juego ideologías lingüísticas (Arnoux y del Valle, 2010) de diverso alcance que se evidencian en  las problemáticas que focalizan y en las formas de abordarlas. En el caso del portugués, por ejemplo, el sector estatal que se ocupa del Mercosur, integración regional territorial,  va a tender a actuar en el sistema educativo de los países hispanohablantes, exportar el portugués con todos los valores que la Modernidad les ha otorgado a las lenguas de Estado y elaborar sistemas de evaluación del dominio de la lengua, a la vez que amplía la presencia del español en determinados ámbitos respondiendo a los acuerdos establecidos. Otros sectores, en cambio, que se interesan por la expansión global del portugués acentúan su sensibilidad posmoderna y focalizan, siguiendo el florecimiento de nuevos objetos de investigación, las hibridaciones de frontera o producto de las migraciones de extranjeros en las ciudades, el abanico de repertorios que tienen a su disposición los internautas, los modos de comunicar que atraviesan las lenguas, las formas de apropiación del portugués por hablantes de otras lenguas, o las tensiones entre variedades en la diáspora lusófona  a  los países centrales. En un caso dominará una representación de lengua  nacional y, para algunos, “colonial” con un imaginario de fronteras netas dentro de  las cuales se ejerce la acción “estable” del Estado; en el otro, una perspectiva que se interesa por la porosidad de los límites, la “desterritorialización”,  las formas locales de lo global,  las inestables precariedades,   las representaciones “poscoloniales” de las lenguas y que busca referencias transnacionales, transculturales y transidiomáticas para pensar una política de lengua para el portugués (Signorini, 2013). Incluso, las lenguas van a ser concebidas como recursos comunicativos multisemióticos distribuidos desigualmente en la sociedad (Moita Lopes, 2013).  
       También en las diferencias en la representación de una situación sociolingüística inciden las posiciones desde las cuales se la enfoca, a lo cual no es ajena la perspectiva  política que se adopta.  Machado Maher (2013: 117), por ejemplo, preocupada por el borramiento de la diversidad en Brasil y por el imaginario de monolingüismo dominante que inciden negativamente en las políticas lingüísticas respecto de las minorías, inicia su artículo  afirmando:
Además del portugués, son habladas, hoy, en nuestro país, más de 222 lenguas. Y no me estoy refiriendo a lenguas habladas por extranjeros –me estoy refiriendo a la existencia de por lo menos 222 idiomas hablados, como lenguas maternas, por ciudadanos brasileños nativos! De esas lenguas, por lo menos 180 son lenguas indígenas, cerca de 40 son lenguas de inmigración, y dos son lenguas de señas. […] Hay que considerar, además de eso, las lenguas africanas presentes, aunque no como lenguas plenas, en comunidades “quilombolas” y en nichos religiosos brasileños.

En cambio, Calvet y Calvet (2013)  toman una posición crítica frente a los discursos sobre la diversidad y las lenguas en peligro que, según ellos, “corresponden a menudo más a lo ‘políticamente correcto’ que a la ciencia” (p. 168). En el marco de un objetivo declarado de apoyar la elaboración de “intervenciones políticas que pongan las lenguas al servicio del desarrollo y de la educación, es decir, al servicio de los seres humanos” (p. 168), señalan:
[En Brasil] más del 95% de los brasileños tienen el portugués como lengua materna, las otras casi 200 lenguas se reparten el resto. Brasil aparece así, paradójicamente, como un país a la vez muy plurilingüe y sin embargo esencialmente monolingüe (p. 31).

Es posible que en esta apreciación de la situación intervenga por reflejo la valoración del francés, en el marco de la Francofonía (que es en el que se publica el libro), en parte frente a lenguas minoritarias no solo de Francia sino también de países africanos pero, sobre todo, frente al inglés: en  un mercado lingüístico global, la diversidad legítima es la que tiene en cuenta el peso de las lenguas y el ejercicio de cierto proteccionismo lingüístico respecto de aquellas (lenguas mayores) que reúnen determinadas condiciones y que se consideran amenazadas por la expansión del inglés. La diferente evaluación que aparece en los dos trabajos respecto de la situación lingüística brasileña muestra dos posicionamientos distintos en el campo: uno que   valora la diversidad e insiste en la importancia nacional de considerarla por razones éticas y políticas y otro que considera  que “la defensa sistemática de todas las lenguas puede tener efectos perversos” (p.182) y propone una estratificación de las políticas lingüísticas que considere el peso relativo de las lenguas y los ámbitos en los que se las ubica (internacional, regional o nacional). Exponen también a su manera dos modos de incidencia de la globalización: la tendencia a la fragmentación y la tendencia a la homogeneización cultural y lingüística. 
      Consideramos que es necesario abordar  unas y otras ideologías y prácticas atendiendo a su papel histórico en las luchas actuales en el marco de la globalización, a las posiciones centrales, secundarias o periféricas de los lugares desde donde se las enuncian o actúan, a las transformaciones en los mercados de bienes, simbólicos o no, a los objetivos a los que sirven esas representaciones. También en el análisis hay que considerar el desarrollo desigual del planeta con sus asimetrías que incide en los escenarios sociolingüísticos: las presencias variadas de lo global según las zonas, los grados diversos del plurilingüismo urbano, la existencia de amplias áreas monolingües así como de espacios en los que lo bilingüe o lo  multilingüe dominan y, en estos casos, las diferencias de las lenguas en contacto.
     La conformación de la Glotopolítica como campo académico  respondió al creciente interés por estas temáticas, a la necesidad, por un lado,  de comprender el planeamiento lingüístico en el marco de las luchas políticas nacionales, regionales y globales y, por el otro, de reconocer que el destino de las lenguas no se juega solo en la toma de decisiones explícitas con sus regulaciones normativas sino también en los modos como los hablantes administran el contacto, los cambios sociales y culturales y  la diversidad, que pueden ir de la creación de neologismos al desarrollo de “lenguas mezcladas”. Ya Calvet (1997: 43-44), en relación con ello, se refería a la gestión in vivo (“los modos como la gente resuelve los problemas de comunicación con que se enfrenta cotidianamente”) aunque incluyera en su manual sobre políticas lingüísticas solo las gestiones in vitro, es decir, las decisiones tomadas desde el poder con intervención de lingüistas. También incidieron en el desarrollo del campo algunas objeciones respecto del lugar de las políticas lingüísticas dentro de las ciencias del lenguaje, y otras, que se realizaron tempranamente, como el hecho de que el estudio de las políticas lingüísticas pareciera reducirse a las acciones sobre la(s) lengua(s), entendida(s) como código(s),  o que se le dé a una disciplina el nombre de una práctica. A estos últimos aspectos nos referiremos en el próximo apartado y a los otros en los siguientes.

Política lingüística /  Glotopolítica

     Diversas publicaciones han planteado las dificultades de delimitar el campo de la(s) política(s) lingüística(s) e incluso de adscribirlo a las ciencias del lenguaje. Rajagopalan (2013), por ejemplo, considera polémicamente que estas intervenciones  corresponden al área de la política y  que cuando el lingüista opina lo hace como mero ciudadano. Es verdad que la toma de decisiones tiene que ver con la política y que los modos de abordar la problemática no son ajenos a las posiciones de los lingüistas. Sin embargo, es evidente que  tanto  en el desarrollo del trabajo investigativo como en el estudio de las posibilidades y limitaciones de la situación sociolingüística, se requiere articular las ciencias sociales y las del lenguaje y poner en juego un saber lingüístico especializado. Incluso en las ocasiones en las que el lingüista adopta un gesto militante y propone a partir del análisis de una situación o de una propuesta política las transformaciones que deberían operarse en el campo del lenguaje convoca los conocimientos que las ciencias del lenguaje le suministran.
       Es conocido, por ejemplo,  que las gramáticas en las lenguas vernáculas europeas sirvieron para la constitución de los Estados nacionales modernos que requirieron, además de un mercado interior delimitado por fronteras territoriales y  una centralización administrativa, una lengua común que hiciera posibles tanto el desarrollo de la sociedad industrial como nuevas formas de participación política. Pero para estudiar específicamente en qué consistió esa intervención debemos analizar el discurso gramatical, sus partes, reglas, categorías, ejemplos para lo cual no solo debemos recurrir al Análisis del discurso sino también a la Historiografía lingüística, que nos informa sobre el desarrollo de los instrumentos lingüísticos en distintas tradiciones.
     Por otra parte, si convencidos de la importancia de la integración sudamericana queremos intervenir a partir de la proposición de medidas  glotopolíticas, es evidente que necesitamos conocer, entre otros y según los ámbitos y alcances de las propuestas, cuáles son las lenguas involucradas y su grado de parentesco, la legislación lingüística existente, las ubicaciones de las otras lenguas de la región en el sistema educativo, las formas como los hablantes de zonas de frontera resuelven las situaciones comunicativas, o las ideologías lingüísticas que sostienen las declaraciones de co-oficiales de lenguas amerindias o el lugar de los criollos ingleses, franceses u holandeses en la administración de los países no lusófonos ni hispanófonos. Es decir que debemos apelar a los saberes acerca del lenguaje. 
    A nuestro entender algunas dificultades para delimitar el campo derivan de utilizar un sintagma, política lingüística, que, por un lado, remite a una práctica -en muchos casos estatal o encarada por instituciones con poder de decisión amplio como organismos internacionales o academias- para designar una disciplina lingüística, y que, por el otro, se asocia con las acciones tradicionales del planeamiento. Esto llevó a que la escuela argentina adoptara tempranamente el término “glotopolítica”, acuñado por Marcellesi y Guespin (1986), con el objetivo no solo de rotular el área sino también de integrar las intervenciones sobre el habla y los discursos (más allá de las tradicionales referidas al corpus y al estatus de las lenguas), y ampliar así  su alcance. Los autores citados  proponen como objetivo el estudio de las diversas formas en que una sociedad actúa sobre el lenguaje, sea o no consciente de ello: tanto sobre la lengua (cuando una sociedad legisla respecto de los estatutos recíprocos de la lengua oficial y de las lenguas minoritarias) como también  sobre el habla (cuando reprime tal o cual uso en una u otra) o sobre el discurso (cuando la escuela decide convertir en objeto de evaluación la producción de un determinado tipo de texto). Desde nuestra perspectiva incluye, además  de las acciones estatales, las de otros colectivos (por ejemplo, partidos políticos, medios gráficos, audiovisuales o digitales) o personas que buscan incidir en el espacio público del lenguaje o los gestos aparentemente individuales pero recurrentes en un sector social (como desdeñar su dialecto en el trato con los hijos en beneficio de la lengua oficial y dominante).  No podemos, tampoco, eludir la diversidad de discursos que tematizan el lenguaje y actúan en ese campo ya sea  porque integran  dispositivos normativos (manuales de estilo, glosarios, artes de escribir, retóricas, gramáticas, diccionarios) ya sea porque construyen sistemas de representaciones sociolingüísticas que inciden en las decisiones o en las prácticas (ensayos y artículos periodísticos, textos literarios, cancioneros, lecturas escolares, experiencias teatrales, encuestas sociolingüísticas, programas de enseñanza de la lengua, prácticas pedagógicas).  Diversos son los agentes y diversas las relaciones con el aparato estatal pero en todos los casos esos materiales conforman objetos de reflexión glotopolíticos por su circulación en ámbitos públicos, su incidencia en las ideologías lingüísticas, su participación en debates que han marcado una época y que sostienen decisiones que afectan el espacio del lenguaje o su importancia en la reproducción de las diferencias sociales. Enfocarlos glotopolíticamente implica analizarlos en relación, entre otros,  con procesos históricos, cambios en las tecnologías de la palabra, nuevas relaciones entre las clases dirigentes y los sectores populares, necesidades del mercado de trabajo o transformaciones en los sistemas económicos.  En todos los casos el interés reside en interpretar el sentido histórico del sistema de representaciones sociolingüisticas  que revela un análisis de los discursos atento a las huellas del contexto y a la incidencia de diferentes temporalidades (larga duración, duración media, coyuntura o acontecimiento). No debemos olvidar tampoco que cuando, por una u otra razón, se plantea la cuestión de la lengua esta, a la vez que oculta, devela problemas que aquejan centralmente a las sociedades en una determinada etapa, de tal manera que lo que aparece como problema lingüístico es un efecto de desplazamiento.

Las escenas glotopolíticas

    Algunos investigadores plantean que nuestro espacio de reflexión debe considerar las múltiples negociaciones que los hablantes realizan en la diversidad de  interacciones propias de las sociedades contemporáneas en las que optan (y, a menudo, alternan a lo largo de las mismas) por lenguas, variedades, registros,  géneros o estilos cuya potencialidad significante genera una insoslayable densidad semántica en los enunciados y permiten analizar discursivamente los procesos de globalización (Blommaert, 2010). Los interactuantes ponen en juego estrategias activadas por  ideologías lingüísticas y apelan a los repertorios semióticos de que disponen. Así como en el estudio de las intervenciones a las que nos hemos referido en los apartados anteriores se privilegian las instituciones y las estructuras y relaciones sociales, en este caso al focalizar las interacciones en situación -en general, las conversaciones “interculturales”- se interpretan las conductas verbales de los participantes y los modos de remitir en su desarrollo a aspectos contextuales. Incide en esta perspectiva una extensa tradición sociológica para la cual “el hecho social se construye y debe ser analizado a partir de situaciones locales de interacción, en el aquí y ahora” (Leimdorfer, 2010, 159).    
     Es evidente el aporte que constituye,  cuando se analiza una situación en la cual se han realizado intervenciones glotopolíticas o se desea intervenir, el reconocimiento de cómo los sujetos resuelven las dificultades de comunicación,  negocian, defienden o buscan imponer su derecho a la palabra propia o exponen a través de las alternancias o juegos lingüísticos las relaciones sociales de poder o su posicionamiento. Los índices de contextualización, las variedades en juego o los recursos que los hablantes activan  permiten vislumbrar las representaciones del contexto y las valoraciones de los objetos lingüísticos y de los sujetos a los que se los asocia. Esas interacciones –de las que no debemos excluir las que posibilitan ahora los medios digitales- nos suministran datos de la situación sociolingüística que se pueden confrontar con las decisiones tomadas por distintos colectivos y que nos permiten comprender los límites de algunas políticas o reconocer  las representaciones dominantes sobre las cuales puede ser necesario actuar.
     Algunas de esas interacciones devienen para el analista  escenas glotopolíticas, particularmente aquellas en las que las lenguas o las políticas lingüísticas son tematizadas u ocupan un lugar central. ¿Cuándo el investigador las aborda como tales? ¿Cuándo adopta un punto de vista glotopolítico respecto de una interacción? Cuando infiere a través de ellas -y en relación, por ejemplo, con las opciones lingüísticas, la articulación con aspectos del contexto inmediato o los gestos metapragmáticos-   situaciones de conflicto propias de un determinado momento histórico motivadas por cambios en las relaciones de poder, transformaciones económicas, políticas y/o tecnológicas o la aparición en la esfera pública de nuevos actores. Las escenas glotopolíticas irrumpen alterando en cierta medida lo aceptado o las rutinas comunicativas y obligan a una actividad interpretativa que dé cuenta del efecto de anomalía que generan.  
   En trabajos anteriores nos hemos detenido en algunas “escenas glotopolíticas” Por ejemplo, en el año 2006, en el acto de asunción de los miembros del congreso peruano, dos de las diputadas que procedían de una zona de habla quechua se dirigieron en esa lengua a sus colegas, que en la mayoría de los casos no comprendían la lengua,  señalando que era tan nacional como el castellano (Arnoux, 2010a). En los debates en torno a esta posición fueron evidenciándose ideologías lingüísticas ligadas a la vieja concepción del Estado nación, a los alcances y límites de la oficialidad de las lenguas aborígenes, a los límites inciertos entre función identitaria e instrumental e, incluso, al peso actual del proceso de globalización con el cuestionamiento de las fronteras estatales y la expansión de la ideología de lo políticamente correcto. Otra escena, comentada desde una perspectiva diferente por Butler y Spivak (2009) es la de un grupo de residentes ilegales hispanos que en Los Ángeles canta en español el himno nacional norteamericano en ocasión de una protesta apoyada en la consigna “Nosotros también somos América”. Lo anómalo de la situación generó una serie de discusiones respecto de la aceptabilidad o no del gesto que cuestionaba la representación del Estado asociada, entre otros, a la lengua común y al himno. En realidad, exponía públicamente la tensión que las integraciones regionales generan con el desplazamiento de trabajadores de las zonas más débiles a las más desarrolladas, que requieren esta mano de obra pero a la vez la someten a un  trato político y jurídico desigual.  Los afectados buscan subvertir esa lógica presentándose con una identidad diferencial que debe ser respetada (Arnoux, 2011a).  Ambas escenas constituyen  indicios de situaciones o procesos sociales en marcha para cuya interpretación y evaluación se requiere interrogar esos marcos.  A la vez que  cuestionan los dispositivos jurídicos y las ideologías lingüísticas dominantes mostrando sus fallas y desajustes, intervienen desde el lenguaje en las luchas políticas.
       También  podemos extender la categoría y considerar glotopolíticamente escenas que por su tipicidad ilustran determinados fenómenos. En este sentido es oportuno recurrir a la diferencia entre caso y ejemplo ilustrativo. El primero si bien tiene un movimiento inicial que ilustra los saberes existentes, en un segundo momento los interroga, muestra  sus limitaciones y la necesidad de formular nuevas hipótesis no solo por parte de los analistas sino también de los actores involucrados (corresponderían a las escenas glotopolíticas a las que nos hemos referido antes). El ejemplo ilustrativo, en cambio,  se presenta como uno entre muchos posibles, que muestra cómo lo general se expone en lo particular. Lo ejemplificado –si nos atenemos a nuestro campo- puede ser la ampliación de las funciones de una lengua,  los lugares respectivos de lenguas en contacto, la formación de variedades híbridas o de lenguas vehiculares, la subalternización del otro operada por  determinados sujetos o también las formas de aceptar o rebelarse o los modos etarios de gestionar la diversidad lingüística. Consideramos, así, determinadas interacciones, cuyos patrones se repiten,  como escenas glotopolíticas ilustrativas en la medida en que a través de las opciones lingüísticas los actores exponen sus respectivas ubicaciones sociales, se posicionan políticamente en el espacio del lenguaje, se adaptan a las relaciones de fuerza, negocian o confrontan.   Lo importante es que el investigador  lo analice como una expresión particular de situaciones sociales más amplias cuya dinámica en el plano del lenguaje se reproduce en otras interacciones. Si lo encaramos desde esta perspectiva debemos inscribir la interacción no solo en la situación específica, que a menudo incluye la institución en la que se enmarca,  sino en las relaciones de fuerza sociales entre los grupos a los que pertenecen los interlocutores y lo que está en juego en esa interacción no solo las posiciones respectivas sino necesidades, intereses  que no son dichos y que se exponen desplazados en el lenguaje. Cuando las escenas constituyen casos, en general se acompañan de variados discursos que buscan dar cuenta de lo excepcional de lo ocurrido; ellos integran también  los materiales de indagación glotopolítica.  
     Si bien privilegiamos los espacios institucionales o públicos, podemos constituir en escenas glotopolíticas, si el objetivo de la investigación nos impulsa a ello,  interacciones del ámbito privado y develar a través de su análisis modos de relacionarse con el cuadro  glotopolítico dominante o nuevas formas de gestionar la relación entre sujetos diversamente posicionados. Un diálogo amoroso, por ejemplo, será considerado en el marco de una terapia psicoanalítica como parte de la historia conversacional de la pareja atendiendo a las remisiones discursivas a esa historia. En cambio, lo específico de nuestro campo seria analizarlo como una puesta en escena de las relaciones de fuerza lingüísticas  que actúan en una sociedad y que tienden a la reproducción o transformación del orden imperante en el espacio del lenguaje y que en el ejemplo dado  podrían expresar  las relaciones de poder propias de una sociedad patriarcal. Se observaría así cómo determinadas voces son subalternizadas y otras aparecen como reguladoras o dominantes; qué ideologías lingüísticas se activan o generan. En otro orden, las interacciones familiares en los casos de migrantes de primera o segunda generación nos permiten, por ejemplo,  relevar las ideologías lingüísticas que las sostienen, las actitudes de los integrantes respecto de la sociedad receptora (voluntad de adaptación, gestos defensivos o rechazo) o del país de donde provienen (idealización, resentimiento). En situaciones de contacto estos fenómenos fueron analizados tempranamente por la escuela sociolingüística catalana que reelaboró categorías como “lealtad lingüística” y “autoodio” que les permitieron definir la política lingüística de normalización que implementaron luego. Es decir que no nos quedamos en el análisis de la interacción como tal  sino que la interrogamos en función de cómo el lenguaje participa en la reproducción, cuestionamiento o transformación de las relaciones de poder social para lo cual esta “microfísica” o ejercicio del poder en las prácticas lingüísticas  resulta relevante porque destaca aspectos no considerados o porque ilumina los modos como se manifiestan en situaciones de interacción particulares. 

Políticas lingüísticas e integración regional sudamericana

     En diciembre de 2011 en ocasión de la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), Hugo Chávez dijo en la apertura que “el Sur es un concepto mucho más que geográfico; es histórico, antropológico. Somos el Sur. Y aquí estamos, el Sur, la América latino-caribeña” (Memorias…, 2012: 21). La presencia de México que está en el NAFTA, integración regional de América del Norte,  justificaba la afirmación y mostraba cómo la integración sudamericana es un proceso  en marcha para lo cual lo cultural y lo político son instrumentos importantes en la lucha por su conformación definitiva, que excede por cierto el campo económico aunque este no deje de estar presente y sea el que en esta etapa lo ha generado, como se evidencia en los diversos tratados. Ya Venezuela había abierto el camino, en 2004, con la creación de ALBA (Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América) en la que se incluía a países del Caribe y América central. La Celac se presenta como un paso más que continúa el de la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, establecida a partir del Tratado Constitutivo de 2008. A los proyectos de integración económica como el del Mercado Común del Sur (MERCOSUR, 1991) Unasur agregó en su momento la dimensión política: “construir una identidad y ciudadanía suramericanas y desarrollar un espacio regional integrado en lo político, económico, social, cultural, ambiental, energético y de infraestructura, para contribuir al fortalecimiento de la unidad de América Latina y el Caribe”. Este último es uno de los objetivos de la Celac (Memorias, p.231), que destaca la memoria de los libertadores en el marco del Bicentenario de los procesos emancipadores sabiendo que para “nuestra América” es fácil activar la representación de unidad ya que ha acompañado los dos siglos de vida independiente:
Que conforme al mandato originario de nuestros libertadores, la CELAC avance en el proceso de integración política, económica, social y cultural haciendo un sabio equilibrio entre la unidad y diversidad de nuestros pueblos, para que le mecanismo regional de integración sea el espacio idóneo para la expresión de nuestra rica diversidad cultural y, a su vez, sea el espacio adecuado para reafirmar la identidad de América Latina y el Caribe, su historia común y sus continuas luchas por la justicia y la libertad.

Estas declaraciones muestran la atención, que señalamos, a los aspectos políticos e identitarios, de allí la necesidad de insistir en la “unidad” acompañando la “integración” (económica), a lo que la Celac agrega, sensible a los ideologemas dominantes, la diversidad.
     Sabemos que las integraciones regionales surgen de los requerimientos actuales del capitalismo para el cual los Estados nacionales con sus fronteras netas perturban el dinamismo económico, lo que impone espacios más amplios. Pero a aquellos que no son centrales se les plantea el imperativo de avanzar en el sentido de conformarse políticamente para poder articular políticas defensivas comunes y al mismo tiempo regular las diferencias internas y atenuar las a veces profundas asimetrías: si bien el terreno ha sido establecido por los imperativos económicos, el destino que tenga dependerá en mayor o menor medida de las decisiones políticas. Este paso, que ha dado en parte la Unión Europea, está presente en las posiciones que van tomando los líderes latinoamericanos, particularmente los nucleados en Unasur.   Pero la unión política requiere un imaginario compartido que haga también posibles formas de participación ciudadana y sistemas de representación comunes. Para ello son necesarias tanto las referencias a una comunidad de destino que abreve en el pasado y se afirme en principios y valores, como  políticas lingüísticas que permitan conocer y vincularse con el otro. En el caso sudamericano, las primeras se reiteran en los tratados y en los discursos de los presidentes que, por un lado, activan la memoria de las guerras de la independencia, a pesar de las diferencias históricas entre los países hispanoamericanos y los otros, particularmente Brasil. En ese sentido es interesante la doble referencia que hace la presidenta Dilma Rousseff en la reunión de la Celac de 2011 a la independencia y a la lucha contra la esclavitud:
No podemos olvidarnos de Simón Bolívar y de otros más. Es verdad que Brasil tuvo un proceso que pasó por otros caminos, pero también es cierto que hubo brasileños que participaron, como es el caso del tan recordado Abreu e Lima, en este proceso de lo que se llama América española.
En Brasil también tuvimos nuestro proceso; y a mí me gustaría aquí destacar un aspecto que es la lucha no solo por la independencia del país, sino también contra la esclavitud, esa mancha que marcó la colonización en esta región del mundo (Memoria, p. 41).

Por otro lado,  sostienen los principios de soberanía, democracia, justicia social, reducción de las desigualdades, defensa de la paz y de un mundo multipolar, rechazo al colonialismo y a la ocupación militar. Las políticas lingüísticas, por su parte,  se expresan en la consideración de las lenguas oficiales de los Estados como oficiales de los acuerdos (Bein, 2013) y en las acciones que inciden en el sistema educativo y, parcialmente, en la administración y los medios.
     Como el español y el portugués son las lenguas mayoritarias, en relación con ellas se hicieron las propuestas más significativas y son ellas, además, las que funcionan como lenguas de trabajo en la mayoría de los ámbitos propios de los procesos de integración sudamericana. Las políticas lingüísticas respecto de esas dos lenguas se esbozaron ya en los comienzos del Mercosur, aunque las medidas que se tomaron fueron débiles porque en ese momento se avizoraba una integración continental con base en Estados Unidos (el ALCA) para lo cual la expansión del inglés era fundamental. Sin embargo, ya en el Protocolo de Intenciones de los ministros de educación (1991), los firmantes no solo plantean la dimensión cultural de la integración, sino también  declaran el interés de difundir el aprendizaje de los idiomas oficiales del Mercosur –español y portugués- a través de los sistemas educativos. La acción más contundente se dará en el 2005 con la promulgación en Brasil de la  Ley de oferta obligatoria del español en las escuelas secundarias, a la que siguió  en el 2009, la Ley argentina de oferta obligatoria de portugués en todas las escuelas secundarias del país. Estas lenguas son valorizadas no solo por ser lenguas de la integración sino también por su peso propio: habladas por más de 400 millones una y de 200 millones la otra, con hablantes en América, Europa, África y Asia, y que ocupan a partir de un barómetro de las lenguas del mundo (cuando se consideran número de hablantes, estatuto de la lengua  y función vehicular) el segundo y el  séptimo rango respectivamente (Calvet & Calvet, 2013: 95-96). Pero, a pesar de ello, se avanza lentamente en el conocimiento de la lengua del otro. Los países hispanoamericanos, por ejemplo, salvo en algunos casos aislados,  no han tomado medidas de amplio alcance respecto de la enseñanza del portugués y de su presencia en los medios. Es posible que esto se deba a la falta de visibilidad de la integración regional en el conjunto de la población (Arnoux, 2010b) y a la no comprensión, en sectores de las clases dirigentes, de la importancia de las lenguas en la conformación  de identidades sociales y de entidades políticas. En algunos casos, como en Paraguay, incide además el hecho de que se asocie la lengua con el avance de terratenientes brasileños en el norte del país. Sin embargo, el portugués gana posiciones en los países hispanoamericanos y el español en Brasil por requerimientos de la misma actividad económica con su intercambio de bienes y personas. Asimismo, en las fronteras, modalidades diversas del portuñol con diferente grado de estabilización muestran cómo se resuelven en variadas prácticas sociales los aspectos comunicativos. En la medida en  que la integración regional se consolide y constituya un proyecto que convoque en toda el área a sectores amplios se van a ir generando, ligadas a las propias necesidades, distintas formas de conocimiento de la otra lengua que van a imponer variedades de contacto o estrategias de diálogo bilingüe, facilitadas por la proximidad del español y el portugués, o un dominio de ambas en los casos en los que intervenga el sistema educativo y se necesite ampliar la formación de cuadros para las instancias institucionales regionales. La importancia de las políticas lingüísticas estatales reside en que pueden estimular y orientar estos procesos.
      Además de las acciones glotopolíticas respecto de las lenguas mayoritarias, son necesarias, si se quiere afirmar el proceso de integración, otras en relación con  las lenguas amerindias. A estas, la globalización les dio, como señalamos, mayor visibilidad, lo que se tradujo en el cambio de estatuto que les otorgaron las constituciones que se promulgaron en la década de los noventa: desde lengua co-oficial en todo el Estado, como en Paraguay, a lenguas cooficiales en las zonas que dominan, como en Perú, o afectadas a los proyectos de educación intercultural bilingüe, como en Argentina. El gesto actual más radical es el de Bolivia ya que en el marco de procesos de amplia movilización que tienden a cambiar profundamente la sociedad boliviana, las comunidades indígenas lograron que  la Constitución Política del Estado (CPE), aprobada en 2009,  reconociera  su estatus de naciones y  elevara a rango constitucional la oficialización de 36 lenguas originarias existentes en el territorio, junto con el castellano (Blanco, 2014). Las lenguas corresponden a tres pueblos en el Altiplano, tres en el Chaco, tres en el Oriente y el resto en la Amazonía. Las normas legales que regulan la política lingüística son: la Ley de Educación “Avelino Siñani - Elizardo Pérez” (ley Nº 070, sancionada el 20 de diciembre de 2010) y la Ley General de Derechos y Políticas Lingüísticas (ley Nº 269), promulgada el 2 de agosto de 2012. Se establece que, en las poblaciones monolingües o con predominio de una lengua originaria, esta será primera lengua y el castellano segunda; y que, en las poblaciones monolingües o con predominio de castellano, esta será primera lengua y la originaria, segunda. Por otra parte, en las comunidades plurilingües, el castellano será segunda lengua y  la originaria que se considerará primera será elegida de acuerdo con criterios de territorialidad y transterritorialidad definidos por los consejos comunitarios. Estas decisiones imponen tareas importantes y complejas de normativización y normalización que se realizan con la participación de las comunidades. En relación con otras lenguas se plantea que en todos los niveles del sistema educativo se enseñará una lengua extranjera obligatoria. Notablemente, no se asigna al portugués un estatuto diferencial a pesar del fuerte compromiso del Estado Plurinacional de Bolivia con los proyectos de integración regional.
     Otro caso relevante es el de Paraguay, en el que “la condición bilingüe guaraní-castellano es la característica lingüística más difundida” y el guaraní en particular es “la lengua más difundida en la población” (Guttandin y González Alsina, 2013: 209). Es decir, que se habla una  lengua que vincula la cuenca del Plata ya que el guaraní también es hablado en Argentina, Brasil y Bolivia, y otra, el castellano,  propia de los países hispanoamericanos.  Sin embargo el Estado paraguayo no explora estas potencialidades, decisivas para una integración regional (Arnoux, 2011 b), por lo menos en su Ley de lenguas (Ley 4251 de 2010). Considera solo al guaraní símbolo de identidad nacional y cuando lo relaciona con el Mercosur lo hace por su condición de lengua co-oficial en su territorio. Debido a esa condición logró el reconocimiento de oficialidad en el espacio integrado y el que se tienda desde marzo de 2014 al objetivo de “incorporación plena de la escritura y la oralidad en guaraní durante las sesiones y declaraciones del Parlasur”, como consta en la página del  Parlamento del Mercosur[1]. Por otra parte, el castellano no aparece como la lengua compartida por los países hermanos sino que la identidad se asocia, aunque tardíamente en el texto de la ley, con la variedad “castellano paraguayo”, “profundamente marcado por el guaraní” según los estudios de especialistas (Penner, Acosta, Segovia, 2012). Es probable que esta insistencia en el recorte nacional derive de un gesto defensivo frente al poder económico de los otros países del Mercosur, particularmente Brasil y Argentina; y que, por otra parte,  en el estatuto simbólico diferenciado de las dos lenguas intervenga la representación que Penner (2010: 152) destaca, como presente en variados discursos, de monolingüismo guaraní o del guaraní como la lengua materna,  lo que la autora considera “inverosímil como característica de la realidad sociolingüística actual cuando ya se debe suponer que todo guaraníhablante algo entiende / produce en castellano”.
     Recordemos que la Ley de lenguas es la culminación de un proceso que dio lugar a proyectos y  debates en relación con ellos (Niro, 2010; Zajícová, 2012) y que tuvo como hitos importantes las constituciones de 1967 y  1992. La primera establece en su artículo 5: “Los idiomas nacionales de la República son el español y el guaraní. Será de uso oficial el español” y en el  92: “El Estado protegerá la lengua guaraní y promoverá su enseñanza, evolución y perfeccionamiento”.  La constitución de 1992 da un paso más y establece que “El Paraguay es  un país pluricultural y bilingüe. Son idiomas oficiales el castellano y el guaraní. La ley establecerá las modalidades de utilización de uno y otro. Las lenguas indígenas, así como las de otras minorías étnicas forman parte del patrimonio cultural de la Nación” (Artículo 140). Por su parte, la Ley General de Educación (1998) plantea en el artículo 31 que “La enseñanza se realizará en la lengua oficial materna del educando desde los comienzos del proceso escolar o desde el primer grado. La otra lengua oficial se enseñará también desde el inicio de la educación escolar con el tratamiento didáctico propio de una segunda lengua”, lo que supone una sola lengua materna en los sujetos, lo que no ocurre en muchos de los casos si consideramos lo que releva el censo de 2002 según el cual los hablantes bilingües constituyen el 59% de la población.  La Ley de lenguas avanza, sin embargo, en el sentido de considerar la enseñanza primera también en las otras lenguas indígenas. Para lograr los objetivos  en relación con el guaraní el Estado paraguayo se propone en su legislación dar los instrumentos para la normativización y normalización, una de cuyas piezas es la Academia de la Lengua, aunque enfrenta dificultades de diverso tipo para la implementación (Niro, 2013), entre ellas la ausencia de una norma consensuada, la distancia que experimentan los hablantes respecto del guaraní escolar, las tensiones entre una tendencia purista y otra que busca acercarse al guaraní hablado y a sus estrategias de creación léxica.
     Notablemente el Paraguay cuenta con  el yopará -“espectro” (Penner, 2010) o “enigma” (Zajícová, 2009) para los que reflexionan sobre la situación sociolingüística de ese país-, resultado de los múltiples contactos del castellano con el guaraní y que muestra cómo los hablantes gestionan y han gestionado durante siglos la comunicación recurriendo a los repertorios que conocen con mayor o menor profundidad. Estos, abiertos al entrelazamiento de las dos lenguas,  han ampliado el abanico de las posibilidades expresivas de los sujetos, que se manifiestan en la alternancia de códigos y en segmentos de lengua “mezclada” (guaraní, español) de diferentes maneras. Al respecto, Zajícová (2009: 77) señala: “La forma de hablar mezclando, por más que sea rechazada a nivel de creencias, a nivel de uso es una forma de comunicación corriente, en algunas situaciones hasta preferida, y eso por todos los estratos sociales”.  Lustig (1996: 38), por su parte, había propuesto una justificación:
 La mezcla de los dos sistemas no siempre es una consecuencia de la “ignorancia” de las “buenas” formas del guaraní puro. Tal vez sea más bien la ausencia de normas y reglas que es sentida por los propios hablantes […] como una invitación a gozar plenamente del reino de las “lenguas en libertad”. No es tampoco una simplificación o una degeneración que eluda metódicamente ciertos recursos originales del guaraní avanzando implacablemente hacia una hispanización total. Hay que reconocer el perfil innovador y creativo del jopara […].

Esta modalidad del guaraní coloquial se distancia del guaraní “puro”, resultado de la normativización, que busca imponerse en el sistema educativo y en las otras instancias del aparato estatal. La gran paradoja es que la oficialidad, que fue considerada un paso importante para el reconocimiento de la lengua como pieza central de la identidad paraguaya, genera por efecto del dispositivo normativo puesto en marcha una variedad con la que los hablantes no se identifican. Se reitera así la oposición, en la colonia,  entre el guaraní criollo y el guaraní misionero al que los jesuitas le habían dado una escritura y para el cual habían elaborado instrumentos lingüísticos.
     Si bien las funciones y la dinámica del yopará son estudiadas en los últimos años por el medio académico respondiendo a los intereses actuales por las hibridaciones y los modos en los que el contexto incide en las opciones lingüísticas de los hablantes, es indudable que un análisis glotopolítico de la situación paraguaya no puede dejar de considerarlo. No solo es significativa la tensión que entabla con el guaraní escolar sino también cómo los hablantes exponen a través de las opciones que realizan las valoraciones de las formas lingüísticas en juego. De ello se infieren las representaciones sociales sobre los objetos lingüísticos necesarias para la tarea planificadora ya que las ideologías lingüísticas sostienen y determinan el alcance de las intervenciones. Posiblemente también merezcan el mismo tratamiento algunas expresiones próximas al otro polo del continuum, el castellano paraguayo, respecto del castellano escolar. En algunos ámbitos –educativos, jurídicos, políticos, administrativos- algunas interacciones podrán ser abordadas como  escenas glotopolíticas que iluminen los desajustes y tensiones  en el espacio del lenguaje.

Reflexiones finales

     Lo que en la actualidad designamos como Glotopolítica constituye un campo amplio de investigaciones que se ha iniciado fundamentalmente en torno a las tareas de planeamiento lingüístico posteriores a la Segunda Guerra Mundial y que ha acompañado el avance de la globalización con la atenuación de las fronteras nacionales, la formación de nuevos agrupamientos territoriales y no territoriales, el aumento de las migraciones  y la expansión de las tecnologías de la comunicación. La interrogación sobre el papel del lenguaje en esos cambios o sobre la incidencia de las transformaciones sociales en el espacio lingüístico, a la vez que la necesidad de intervenir desde el lenguaje en la conformación de nuevas entidades, ha llevado a afinar el estudio de las situaciones sociolingüísticas y a ampliar los objetos de análisis a variados discursos e interacciones verbales tratando de relevar las ideologías lingüísticas en juego. Lo que se focaliza y los modos de abordarlo dependen no solo de las perspectivas teóricas que se adopten sino también de los lugares sociales de enunciación, lo que explica la marcada dimensión polémica de los trabajos en el área. Las observaciones sobre políticas lingüísticas e integración sudamericana expuestas en el artículo no solo no escapan a ello sino que tienden a ilustrarlo.

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[1] http://www.parlamentodelmercosur.org/innovaportal/v/8208/1/parlasur/

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